Sigo conversando con Susana Rodríguez Lezaun y entramos en el corazón de su escritura: la construcción de personajes y su manera de planificar cada historia con precisión de escritora de mapa. Entre anécdotas y reflexiones, nos cuenta cómo da forma a tramas y finales, y por qué para ella la coherencia psicológica es esencial.
M: Yo creo que cuando escribimos novela negra es algo que llevamos dentro. El otro día iba con amigos, paseando con mi perro, y vimos una zanja. Mis amigos dijeron: «un agujero, un no sé qué». Y yo contesté: «El sitio perfecto para que aparezca un cadáver». O sea, que llevas como el marchamo de la novela negra.
S: Bueno, yo he encontrado un cadáver en una zanja, así que ahí te llevo ventaja. Sí, cuando era periodista, precisamente, estábamos en la redacción y llamaron unos cazadores que acababan de encontrar un cadáver en una finca. Entonces llamaron al periódico antes que a la Guardia Civil. La fotógrafa y yo cogimos el coche, fuimos hacia allá y, al llegar, vimos a las patrullas. Yo vi el cadáver en la zanja hasta que la Guardia Civil nos echó para atrás. La fotógrafa hizo fotos del entorno, pero no publicamos imágenes del cadáver, no nos parecía bien. Era un pobre yonqui que había muerto en un ajuste de cuentas y lo habían tirado en una zanja. Así que yo he visto un cadáver en una zanja (risas).
(Aquí nos reímos de la relación entre lo que yo le contaba y su anécdota, no del hecho de haber visto un cadáver en una zanja).
Profundidad psicológica de personajes
M: He notado en todas tus novelas, y en esta quizá más porque es un personaje nuevo —Soleil/Moon—, la profundidad psicológica que les das a los personajes y su evolución. Y no solo a la protagonista: todos los que la acompañan cambian. A Eric lo ves de una manera al principio y, a lo largo de la novela, se transforma.
S: Es el que más cambia. Soleil hace un cambio brutal, pero solo uno. En cambio, la evolución de Eric del principio al final es tremenda y muy compleja. Tiene que asimilar todo lo que le está pasando y decidir qué hacer. Es como estar en un cruce de carreteras: puede ir a la derecha o a la izquierda, y de esa decisión depende su vida. En el momento en que gira hacia un lado, su vida cambia y él tiene que cambiar. Tiene que modificar su actitud, y le cuesta, y se ve que le cuesta. Lograr que esa evolución sea lógica es difícil, pero ese es el reto de la novela. Yo no quiero hacer personajes planos; quiero personajes vivos, que cambien, que evolucionen, y que el lector vea ese proceso. Que le parezca lógico, que no sea un cambio absolutamente asombroso, sino coherente. De hecho, una de mis lectoras cero es psicóloga y su trabajo, entre comillas, es corroborar que la evolución sea lógica y que la haría cualquiera de nosotros si tomara esa decisión.
«No quiero personajes planos, quiero personajes vivos, que evolucionen y resulten creíbles».
M: Sí, porque si no, el personaje no sería creíble. Yo no me creería a un hombre que lleva una vida rutinaria y, de repente, como pasa en algunas películas, coge un arma. Eso es lo que lo hace muy creíble y lo acerca al lector: es humano, tan humano como yo, que estoy leyendo, y me identifico con él.
S: De hecho, Eric lleva el collar hasta que llegan al château, donde Moon todavía tiene que darle una descarga. La evolución es lenta. A partir de ahí, y cuando llegan a Marsella, es cuando se da cuenta de que ella realmente le está intentando salvar la vida. Hasta que no es consciente al cien por cien de eso, intenta escapar.
M: Claro, porque en una situación así todos querríamos escapar.
S: Y más si lo que ves es a tu difunta mujer. Es normal. No puede ser, como tú dices, que al primer disparo diga: «Venga, dame un arma». Para mí, Eric es el que más cambia. Simon lo encontramos como es; Soleil/Moon hace un único cambio brutal.
M: Sí, y además voluntario, que siempre es más fácil.
S: Exacto. Y además nos encontramos a Soleil ya con el cambio hecho, porque han pasado seis años entre la primera y la segunda parte. Pero es Eric quien de verdad cambia. Incluso Nicole, la suegra, cambia al final. Sigue siendo ella, no pierde su esencia puñetera.
«La evolución de Eric es brutal»
M: Sí, y está muy bien porque son personajes que psicológicamente suelen tener poco arco de cambio.
«Trabajo durante meses con los personajes en la cabeza antes de escribir una sola línea».
S: Pero esa decisión que toma en un momento, al posicionarse de este lado en lugar de seguir siendo la mujer grosera e insolente que suele ser, también es un cambio. Es una pequeña decisión que ella toma. Dice: «No os acostumbréis, pero hoy sí, hoy voy a estar aquí». Y les facilita las cosas a la otra parte, que realmente se lo agradece, pero ella podía no haberlo hecho.
M: Sí, y cuando entra en juego yo pensaba que no lo iba a hacer.
S: Es un salto de fe.
M: Sí, y es algo que no crees que vaya a hacer, y eso también es bueno, porque todos hemos conocido gente parecida.
S: Pero de repente te sorprenden con un gesto.
M: Sí, es verdad.
S: De repente te sorprenden con un gesto y piensas: «Oye, igual tienen corazón, igual hay algo más». Es solo un momento de la novela, pero ahí Nicole también cambia. Toma una decisión que ni ella misma creo que se espera, pero que a la otra parte —los padres de Soleil— les facilita mucho mantener lo que están manteniendo. Sí, sí, pero la evolución de Eric es brutal: es el que más cambia de principio a fin.
M: Y, como he dicho, de una forma muy humana y creíble. Al principio, como lectora, estás de parte de Soleil y piensas: «Mira, vete ya».
S: Sí, tal cual.
M: Y Eric te cae mal hasta que entiendes que no puede hacer otra cosa, porque cualquiera de nosotros en esa situación actuaría igual. Y es entonces cuando empiezas a ver todo el potencial del personaje al lograr cambiar, porque podía haber seguido igual.
S: Eric ha sido un caramelito de personaje. Ha sido fantástico crearlo, trabajar con él y escribir escenas para que, poco a poco, fuera cambiando hasta la escena final. Ha sido un trabajo precioso y, en mi opinión, es el que más cambia, porque su evolución es constante, de principio a fin, literalmente. Me ha encantado darle vueltas, ver cómo respondía a cada acción, a cada situación. Me lo he pasado muy bien con Eric.
M: ¿Y hay algún personaje que te haya sorprendido mientras escribías? Se suele decir que a veces los personajes se desmandan.
S: Pero a mí no me pasa.
M: Los tuyos son disciplinados.
Proceso de escritura
S: Yo soy muy dueña de mi historia. Sé de dónde vengo, a dónde voy y qué va a pasar. Puedo meter, entre medias, alguna escena que se me haya ocurrido, pero siempre con lógica. En esta novela, creo que hay un par de escenas que añadí sobre la marcha, pero nada más. Yo trabajo mucho mentalmente antes de escribir, durante semanas, incluso meses. Ahora mismo, por ejemplo, llevo seis meses con una historia en la cabeza que ni siquiera he empezado a trabajar.

M: Pero ya la estás trabajando en la cabeza.
S: Sí. Estoy con los personajes y tengo mi cuadernito en el que apunto notas o frases: «Esta le iría bien a tal personaje». Hoy ni siquiera tienen nombre, pero llevo seis meses dándoles vueltas. De modo que, cuando me siente a escribir, ya sé quiénes son, qué van a hacer, con quién, qué relación tendrán, de dónde vienen y a dónde van. Por eso mis historias no se me desmandan nunca. Hago un trabajo previo muy largo e intenso. Incluso, mientras estoy escribiendo una novela, ya voy pensando en la siguiente, porque la que estoy escribiendo ya la tengo clara.
M: Sí, ya la tienes.
S: Exacto. El esfuerzo, en este caso, es más físico: estar aquí, dándole a la tecla. A veces escribo una escena y pienso en otra historia, porque la escena que estoy desarrollando ya la tengo clara. El trabajo previo es largo; por eso, cuando me pongo a escribir, no me sorprende. Me sorprenden los escritores que dicen que no planifican. Conozco a un autor muy conocido —no diré quién es, porque igual le molesta— que asegura que no sabe lo que va a escribir cuando se sienta. Y escribe muy bien. Dice que la trama le va surgiendo, y que si no se aburre. Y yo pienso: ¿cómo que te aburres? Yo quiero que la historia me sorprenda, sí, pero a través del trabajo previo. Ese método exige estar revisando todo el tiempo para no meter la pata. Otro autor que conozco también trabaja así. Y yo, mis respetos, pero necesito un guion, unas anotaciones, tener claro de dónde vengo, a dónde voy y cómo lo voy a hacer.
M: Vamos, que eres escritora de mapa de pura cepa.
S: Sí, yo creo que sí. Ahora bien, si estoy escribiendo una escena planeada y de repente pienso: «Ostras, si aquí le pongo esto, igual enriquezco», lo hago. No me cierro. De vez en cuando saco la brújula. Por ejemplo, en Te veré esta noche, mi tercera novela, la que cerraba la primera trilogía. El final era vital, la guinda del pastel. Esa trilogía me dio muchísimas alegrías: multitud de reimpresiones, nuevas ediciones, traducción al italiano… El final tenía que estar a la altura. Escribí el que tenía pensado y no valía. Lo borré y escribí otro. Lo borré y escribí otro más. En total, tres finales antes de dar con el cuarto, que fue el definitivo. Nada que ver con el que había planeado. Y ahí sí estuve abierta al cambio: cuando ves que el final es flojo, no puedes dejarlo. Tardé dos o tres meses, pero lo conseguí.
M: Pues te quedó estupendo. No vamos a desvelarlo, pero quedó fenomenal.
S: (Ríe) Mira que le di vueltas, madre mía.
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👉 Parte 1 – Morir dos veces
¿Te ha gustado esta conversación con Susana Rodríguez Lezaun? 📚 No te pierdas el domingo tercera parte de la entrevista, donde hablamos de sus inicios, el oficio de escribir y alguna que otra curiosidad confesable.