Sherlock Holmes nació en 1887, cuando Sir Arthur Conan Doyle publicó Estudio en Escarlata en el número de noviembre de la revista Beeton’s Christmas Annual. Aquel fue el primer caso del detective más famoso de la literatura y, por supuesto, de su inseparable compañero, el Doctor Watson.
Para crear a su personaje, Conan Doyle se inspiró en sí mismo, en sus conocidos y en personajes literarios. Seguro que en aquel momento no imaginó lo que sucedería después de crear al único detective consultor del mundo.
El nacimiento de Sherlock Holmes
En 1841 Edgar Allan Poe creó a Auguste Dupin , el primer detective literario, en el relato Los crímenes de la calle Morgue. Dupin fue el primero en utilizar el razonamiento deductivo para resolver crímenes. Sus aventuras las narra su mejor amigo, del que no conocemos su nombre, con el que compartía un piso en París. Ambos se conocieron buscando el «mismo y extraordinario libro en una oscura biblioteca de París».
En él se inspiró Arthur Conan Doyle para crear a Sherlock Holmes, influencia que nunca negó. En Estudio en Escarlata leemos como Watson pregunta a Sherlock si se le puede comparar con el detective creado por Poe, aunque en la respuesta de Holmes no sale muy bien parado.
También encontramos referencias a Monsieur Lecocq, el detective creado por Émile Gaboriau, otro de sus antecesores.
La deducción como ciencia: La influencia de Joseph Bell
Antes de comenzar a escribir, Arthur Conan Doyle estudió medicina y se especializó en oftalmología. Es indudable que esta formación influyó en que su detective tuviera una mente científica y un gusto por la experimentación. Pero Sherlock Holmes también posee una capacidad de observación fuera de serie que le permite ver cosas que al resto de los mortales nos pasan desapercibidas. En ella se basa su otra herramienta para resolver los casos: el razonamiento deductivo.
Este rasgo se debió a la influencia de Joseph Bell, profesor de Conan Doyle en la facultad de Medicina. Bell llevaba a clase a enfermos con dolencias difíciles de diagnosticar y pedía a sus alumnos que, observando sus síntomas, averiguaran entre todos qué enfermedad padecía el paciente. (¿Verdad que te recuerda a alguien? Si no, te doy una pista al final del artículo).
Sherlock Holmes, el primer CSI
Lo que no podemos negar a Arthur Conan Doyle es que Sherlock Holmes fue el precursor de la ciencia forense. El detective utiliza en sus investigaciones métodos que la policía de entonces aún desconocía. Sí contaban con asesores médicos cuando investigaban asesinatos, pero distaba mucho de ser una policía científica tal y como la conocemos hoy.
En la época victoriana, cuando se cometía un crimen, la policía no seguía ningún protocolo de investigación. Nada que ver con la pulcritud de una escena del crimen de la actualidad: las pruebas correctamente señaladas, el cuidado de los agentes para no contaminar la escena del crimen, etc.
La escena del crimen
Sherlock fue el primero en analizar huellas digitales y en sugerir que el cadáver debía examinarse en la misma escena del crimen, sin moverlo antes de hacer una inspección ocular y recoger pruebas de la escena para analizarlas. Incluso, como como nos cuenta Watson al comienzo de Estudio en Escarlata, creó un reactivo que permitiría a los investigadores discernir si las manchas oscuras de la escena del crimen eran de sangre o no, precursor de los actuales reactivos para sangre por quimioluminiscencia.
Pero no se detuvo ahí. También fue el primero en realizar autopsias, exámenes balísticos (de hecho fue el primero en afirmar que no hay dos armas iguales) y muchas más innovaciones que hoy en día se aplican a la criminalística de forma habitual pero que, a finales del siglo XIX, dejaban a los lectores con la boca abierta.
Cuando Arthur Conan Doyle intentó matar a Sherlock Holmes
Arthur Conan Doyle se dedicó a la escritura para matar el tiempo. Según cuentan sus biógrafos, la clínica de oftalmología que abrió en Londres fue, por fortuna para el resto del mundo, un completo fracaso y no tenía pacientes. Aburrido, llenaba las horas escribiendo hasta que, después de sufrir una pulmonía que lo llevó a las puertas de la muerte, decidió dedicarse por completo a la escritura.
Un éxito abrumador
Estudio en Escarlata, la primera de las cuatro novelas y cincuenta y seis relatos que componen lo que se ha dado en llamar el Canon holmesiano, tuvo un éxito inmediato e imparable.
Al igual que ocurrió con las obras de Charles Dickens, los ciudadanos se arremolinaban en las esquinas y en las fábricas para escuchar las aventuras del excéntrico detective, leídas por quien tenía un ejemplar de la revista Strand Magazine, en la que se publicaron dos de sus novelas y decenas de relatos.
A partir de entonces, los lectores, como hacemos nosotros ahora con los capítulos de nuestra serie favorita, esperaban impacientes el siguiente caso, deseosos de disfrutar de una nueva historia. Lo mismo le exigía a Doyle su editorial.
«Alta literatura»
Pero Arthur Conan Doyle no estaba contento por el éxito alcanzado por las novelas de Sherlock Holmes. Él quería pasar a la posteridad como escritor de novelas históricas, y no por «una forma elemental de ficción», como consideraba las aventuras de su detective.
De hecho, su círculo más cercano sabía que odiaba a su personaje, que ya se había hecho mucho más popular que él, porque le quitaba tiempo para la «alta literatura», como él consideraba a su novela El mundo perdido (sí, como la de Michael Chrichton y en la que también aparecen dinosaurios). No se puede negar que incluso en esto fue un precursor.
Como no quería escribir más aventuras sherlockianas, comenzó a pedir sumas de dinero cada vez más altas a las editoriales por cada relato o novela; pero estas, dado el éxito de las aventuras del detective, aceptaban el precio, lo que le convirtió en uno de los escritores mejor remunerados de la época.
El problema final
Harto, Conan Doyle decidió que su relato El problema final sería el último protagonizado por Sherlock Holmes, y lo mató tirándolo por una catarata junto con su archienemigo, el Profesor Moriarty.
De inmediato, los lectores inundaron la sede de la revista con cientos de cartas protestando por la muerte del detective. Se cuenta que incluso la madre de Conan Doyle le amenazó con no volver a dirigirle la palabra hasta que no escribiera un nuevo caso. Abrumado por la presión, no tuvo más remedio que resucitarlo en la colección de relatos El regreso de Sherlock Holmes.
Según los estudiosos de la obra del autor, a partir de aquel momento se dedicó a aumentar los defectos del excéntrico detective, como su vanidad e incluso su adicción a las drogas, para lograr que la opinión pública le diera la espalda. Pero nada de lo que hizo consiguió eclipsar la fascinación que sobre sus contemporánios y generaciones venideran ejerció un detective que, con sólo un vistazo, lo sabe todo sobre ti.
No sabemos qué opinaría hoy Conan Doyle al ver que, en pleno siglo XXI, su detective sigue siendo tan famoso como entonces, con multitud adaptaciones a cine, teatro y televisión, un musical, juegos de rol, miles de fanfictions escritas en prácticamente todos los idiomas de la tierra y la multitud de fieles seguidores de Sherlock Holmes, el detective que cambió nuestra forma de ver el mundo.
«Elemental, mi querido Watson»
¿Sabías que esta frase no apareció nunca en las novelas de Conan Doyle? Por increíble que parezca, es así. El autor sí utilizo por separado las expresiones «Elemental» y «mi querido Watson», pero nunca juntas.
La frase fue una creación del escritor P.G. Wodehouse en su novela de 1915 Psmith, periodista. No trata sobre Sherlock Holmes, pero, en un momento dado, uno de sus protagonistas dice «Elemental, mi querido Watson» («Elementary, my dear Watson, elementary»), haciendo referencia a ambos personajes. Desde entonces se atribuyó al detective y todos nos lo imaginamos sacándose su pipa de la boca y exhalando el humo antes de pronunciar esta frase.
Ahora sí, si antes no lo has adivinado, a quien nos recuerdan los métodos de Joseph Bell es a los del Doctor House, protagonista de la serie Doctor House. Personaje que, por cierto, también está basado en Sherlock Holmes.
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