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Las manías más curiosas de grandes escritores y escritoras

Agatha Christie, Stephen King, Arthur Conan Doyle, Laura Fernández, Amélie Nothomb, Raymond Chandler Manías escritores

Hace unos días leí que Hemingway escribía de pie y con una pata de conejo raída en el bolsillo. La imagen me picó la curiosidad, así que me puse a investigar: ¿Qué otras manías tenían los grandes escritores y escritoras? Algunas son realmente peculiares, quizá en un intento de retener a la musa, siempre tan esquiva.

Por supuesto, hablaré de autores y autoras de novela negra y thriller, pero también de voces literarias de otros géneros. Merece la pena asomarse a sus rituales, algunos realmente chocantes.

Y quién sabe… si escribes y estás bloquead@, igual alguna de estas costumbres te sirve de inspiración :-).

Olores que inspiran

Algunos escritores y escritoras encuentran en el olfato un aliado.

Lord Byron, por ejemplo, escribía con trufas metidas en los bolsillos. Decía que su aroma le ayudaba a concentrarse.

El método de Friedrich Schiller iba más allá: guardaba manzanas podridas en el cajón de su escritorio porque decía que su olor le inspiraba, aunque no tanto a su esposa, que estaba horrorizada del hábito de su marido. Quizá no te suene mucho Schiller, pero si escuchas la novena sinfonía de Beethoven, la letra del himno de la alegría está basada en el himno An die Freude (Oda a la alegría), escrito por el poeta y dramaturgo Alemán.

Color de papel y tintas con personalidad

Para quienes escribían en la era pre-digital o l@s escritor@s que prefieren hacerlo a mano hoy en día, el color del papel o la tinta llegaba a ser esencial:

Alejandro Dumas, por ejemplo, lo utilizaba para distinguir sus obras: escribía novelas en papel azul, poesías en papel amarillo y artículos en papel rosa.

Lewis Carroll utilizaba tinta púrpura, porque era el mismo color que usaba para corregir los exámenes de sus estudiantes en Oxford.

Pablo Neruda, por el contrario, era fiel a la tinta verde, mientras que Charles Dickens escribía siempre en azul.

Pero no hace falta irse tan atrás en el tiempo. Donna Tartt, autora de novelas como El secreto y El jilguero, escribe a mano en cuadernos con rayas, usando siempre bolígrafos de la marca Pilot Precise V5 RT. Dice que escribir a mano le permite conectar más profundamente con el texto.

Por su parte, Margaret Atwood suele escribir a mano cuando viaja, y en muchas ocasiones lo hace en servilletas o cuadernos improvisados.

¿Y tú como te vistes para escribir?

Sí, el atuendo también puede ser parte del ritual creativo y, como verás, no solo por comodidad:

Alejandro Dumas, además de escoger cuidadosamente el papel, vestía siempre con un sayón rojo de mangas largas y sandalias.

Alejandro Dumas, creador de Los tres Mosqueteros y El conde de Montecristo
Alejandro Dumas

Balzac, por su parte, escribía vestido con un hábito de monje. Ordenaba a su sirvienta que le despertara a media noche, se ponía el hábito y ¡a escribir!

James Joyce optaba por una bata blanca de laboratorio porque decía que reflejaba mejor la luz sobre el papel.

Zadie Smith, escritora británica, se viste como si fuese a una oficina porque cree que eso le ayuda a tomarse el trabajo en serio, lo que no logra si se escribe en pijama o en ropa de estar por casa.

George Sand, pionera en muchos aspectos, se vestía de hombre para escribir. De ese modo, podía moverse con libertad por el París del siglo XIX.

Posturas para escribir (sí, también las hay)

Si eres de l@s que no avanza en su novela porque te pone de los nervios pasar horas sentad@, aquí tienes unas cuantas sugerencias para terminar tu historia:

Hemingway, por ejemplo, colocaba una máquina de escribir sobre una estantería para escribir de pie.

Virginia Woolf también lo hacía de pie, con un escritorio elevado, igual al que tenía su padre. Decía que escribir de ese modo la ayudaba a concentrarse en la escritura.

Truman Capote se definía como «un escritor completamente horizontal», y no mentía: escribía tumbado en la cama o el sofá, con café en una mano y cigarro en la otra. Supongo que dictaba sus novelas 🙂

Truman Capote
Truman Capote

Marcel Proust también lo hacía en la cama, pero por otros motivos: hipocondríaco y asmático, escribía en la cama envuelto en mantas para evitar ataques de asma.

James Joyce escribía tumbado boca abajo, y usaba un lápiz azul gigantesco. Decía que así leía mejor lo que iba escribiendo.

Gertrude Stein escribía dentro del coche. Su pareja, Alice B. Toklas, buscaba paisaje bonitos que le resultaran inspiradores y que pudiera contemplar mientras escribía.

Si aún así no encuentras la inspiración, puedes hacer como Edith Sitwell. La poetisa británica se metía en un ataúd unos minutos cada día para concentrarse antes de escribir. Literalmente. Y si esto te sorprende, cuentan que Gustave Flaubert, el autor de Madame Bovary, se metía en un ataúd para escribir. Seguramente es una leyenda urbana pero, ¿quién sabe?

¿Dónde escribes tú?

El espacio también es clave y, como verás, el entorno donde escribimos es mucho más que un simple lugar para trabajar.

Paloma Sánchez-Garnica escribe siempre en su biblioteca personal. Dice que necesita estar rodeada de sus libros para crear.

Olga Merino cree que el escritorio dice mucho más de un escritor que su propia cama, y yo estoy de acuerdo. Creo que nuestros escritorios reflejan nuestra personalidad y lo que escribimos.

¿A qué hora te levantas?

Aunque ronda por ahí la idea romántica de que escribir es tan sencillo como sentarse cuando te llega la musa, nosotr@s sabemos que es una cuestión de disciplina. Y si no, observa:

Isaac Asimov escribía todos los día durante ocho horas diarias, lo que le permitió ser tan prolífico tanto escribiendo ciencia ficción como divulgación científica.

Haruki Murakami se levanta a las 4 de la madrugada, escribe durante seis horas y luego corre o nada diez kilómetros para evitar el sedentarismo.

Stephen King empieza a las ocho y media. Él, como verás más adelante, no mide su escritura por horas, sino por palabras.

Stephen King

Anthony Trollope, uno de los novelistas británicos más importantes de la época victoriana, se levantaba todos los días a las cinco y media.

Amélie Nothomb escribe de pie cada mañana de ocho a once, con una botella de champán al lado (aunque no siempre la bebe). Gracias a ese hábito ha escrito más de 31 novelas, además de relatos cortos.

Maya Angelou, escritora y poetisa estadounidense a quien calificaban como «renacentista» por sus múltiples talentos, alquilaba una habitación de hotel para escribir sin distracciones desde las seis de la mañana hasta el mediodía.

Laura Fernández, escritora española, prefiere escribir por las mañanas, cuando su mente está todavía libre de ruido adulto. A su entender, la imaginación infantil es el motor de la creación literaria.

A contar palabras

¿No sabes cómo medir tu productividad? Algunos autores y autoras lo tiene muy claro y se fijan metas muy concretas:

Stephen King, como te decía más arriba, escribe mínimo 2000 palabras al día sin contar los adverbios.

Tom Wolfe no paraba hasta que llegaba a las 1800.

Jack London, autor de novelas tan conocidas como Colmillo blanco, no bajaba de las 1000 diarias.

Arthur Conan Doyle, creador de Sherlock Holmes, tenía una meta más alta. No se detenía hasta alcanzar las 3000 palabras al día. ¡Y escribía a mano!

Y si te parece mucho, Raymond Chandler, representante de la novela negra hard-boiled, no bajaba de las 5000.

Las fechas de comenzar una novela o de publicar también tienen su importancia.

Un ejemplo de ello es Isabel Allende, quien comienza cada nueva novela el 8 de enero. ¿Por que? Porque fue ese día cuando empezó a escribir la carta con la que se inicia La casa de los espíritus, y a partir de ahí nació el ritual.

Amélie Nothomb, por su parte, publica una novela cada año. En algunos sitios he leído que lo hace siempre en agosto, pero no he podido confirmarlo.

Agatha Christie, la Dama del Misterio, autora de Diez Negritos

¿Te ha entrado hambre?

Si eres de l@s que escribir te da hambre, no te preocupes, también puede ser parte del ritual creativo. Y si no, que se le pregunten a Agatha Christie, quien ideaba el argumento de sus novelas comiendo manzanas mientras se daba un baño caliente.

En cuanto a mí…

Ya que hablamos de manías, es hora de confesarse. Yo escribo en el ordenador, pero siempre tengo al lado un cuaderno, preferiblemente viejo, en el que, con lápiz, voy apuntando las ideas para la novela que se me ocurren mientras escribo. ¿Por qué no con bolígrafo? Pues no lo sé, pero no es lo mismo 🙂

Esto es solo una muestra, porque la lista de manías literarias es casi tan larga como la de novelas que queremos escribir (o leer). Así que ya lo sabes: la próxima vez que te digan que eres maniátic@, respóndeles que va con el oficio y enséñales este artículo.

¿Cuáles son tus manías al escribir o para encontrar la inspiración? Confiésalas. No pueden ser más raras que lo del ataúd… 😉

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