En la novela negra, como todo género literario hay algunos clichés que se repiten una y otra vez. Unos los amamos y otros los odiamos, pero son una parte esencial del género. Desde el detective atormentado por su oscuro pasado, hasta el asesino que confiesa justo cuando le van a atrapar, estos y otros clichés llenan las páginas de la literatura negra.
Ojo, que sean clichés, también conocidos como tropos, no significa que sean malos, al menos no todos. Depende de cuáles y el uso que haga el escritor de ellos, porque algunos pueden ser muy efectivos, pero otros resultar demasiado predecibles o incluso arruinar una novela.
A mí, por ejemplo, me encanta leer sobre detectives y protagonistas con un pasado duro y difícil que, además de modelar su personalidad, les influye en cómo encaran la investigación. Todo depende de cómo (y cuántos) haya en la novela y la originalidad del escritor. Vamos con ellos.
El detective atormentado por su pasado
Como he dicho antes, este es uno de mis clichés favoritos y casi imprescindible en la novela negra, que nació con Sam Spade y Philip Marlowe, y que también encarna perfectamente Harry Bosch. Quizá porque uno de los aspectos que definen este género es la profundización en el aspecto psicológico de los personajes, pocos detectives se libran de luchar contra el crimen y su pasado al mismo tiempo.
A menudo, esto enriquece la historia, porque une la parte humana a la investigación criminal, y no solo del detective. A veces, también del asesino.
Otra modalidad es el detective con un pasado oscuro, que evita por todos los medios que los demás lo conozcan, porque considera que eso le haría vulnerable. Habitualmente detectives cínicos, duros, de pocas palabras y de gatillo o puño fácil. Al escribir esto, me viene a la mente uno de mis detectives favoritos, Jack Reacher, que de cliché tiene poco, ¿a que sí?

El asesino que no ha muerto
Estás casi al final de la novela. El asesino está tendido en el suelo, inmóvil, con multitud de orificios de bala en su cuerpo, mientras la mujer a la que ha estado a punto de matar se abraza al policía que la ha salvado en el último minuto, que aún sostiene la pistola humeante en su mano. Los dos ríen, se dan media vuelta y se alejan unos pasos… En ese momento, el villano se pone en pie de un salto y gritando, corre hacia ellos empuñando un arma o un puñal del que no sabíamos nada.
Te suena, ¿verdad? Uno de los peores y más predecibles clichés, que puede transformar un final lleno de tensión en casi ridículo. Y te resulta tan familiar porque no solo se da en el género negro, sino también en el de terror, para darnos un susto de muerte.
El asesino sorpresa
Creo que este es uno de los clichés que más odiamos los lectores de novela negra. Llevas trescientas páginas (o más) haciendo cábalas sobre quién es el asesino, tienes sospechosos, coartadas y pistas… y tu investigación se va al garete en las últimas tres páginas, cuando aparece un personaje del que no se ha hablado en toda la novela y que resulta ser el asesino. Y para demostrarlo, este, en su confesión, nos vuelve a contar las trescientas páginas que ya habíamos leído mostrándonos como ha estado siempre ahí, en la sombra, sin que los lectores, y me atrevería a apostar que ni el autor o autora, tuviéramos ni idea de que estaba ahí.
Ojo, que esto no tiene nada que ver con el giro final inesperado, ese que nos deja a los lectores boquiabiertos, con ganas de aplaudir y que, al leerlo, nos preguntamos cómo nos hemos dado cuenta, porque el autor nos ha ido dando pequeñas pistas a lo largo de la historia de las que no nos hemos percatado o no hemos considerado importantes. Este es también un cliché, pero de los buenos y, a menudo, muy bueno😊.
La denuncia social
Esto, más que un cliché, forma parte de la esencia de la novela negra, por lo que no puede faltar en ningún libro del género. Dashiel Hammett, creador del género hard-boiled, comenzó a mostrarnos la cara más fea de la sociedad, que nunca había aparecido en la novela policíaca hasta entonces. Los barrios bajos, las zonas más sórdidas de las ciudades, la violencia, el maltrato, la trata de personas, la corrupción…

La novela negra es perfecta para mostrarnos esos ambientes y denunciar los males que aquejan a la sociedad, que muchas veces quedan en el olvido. Males que, en muchos de los casos, se repiten desde los principios del género, y otros, más modernos, que acompañan al desarrollo de la tecnología.
El interrogatorio que veinte años después da la pista definitiva
Es cierto que los investigadores pueden (y saben) obtener información importante para resolver un crimen, tanto de testigos, como de los sospechosos o su círculo más allegado. Pero esto cambia cuando se trata de un caso que lleva abierto diez, quince o veinte años, porque aún no se ha encontrado al asesino, y no por falta de pericia de quienes llevan el interrogatorio, sino por las limitaciones de la memoria humana.
Si te preguntan dónde estuviste el viernes pasado a las ocho de la tarde, seguramente te acordarás o tendrás una idea. Pero ¿te acordarías si te preguntaran por un viernes de hace veinte años? Seguramente no, a menos que ese día hubiese ocurrido algo que se ha queó grabado en tu mente para siempre. Por eso, estos casos que se resuelven años después gracias a un/una testigo que acaba de aparecer y que de pronto hace gala de tener una memoria superior a la de Sherlock Holmes y Sheldon Cooper juntos, pueden arruinar una novela o lograr que el final no sea convincente.
El protagonista enamorado de la chica del malo
Además de la mujer fatal o la secretaria o compañera enamorada del detective protagonista, otro de los clichés en torno a la mujer en la novela negra es la chica enamorada del mafioso de turno, del sicario o de algún otro personaje deleznable, siguiendo ese mito de que a las mujeres nos gustan los malotes.
Y no solo eso, sino que además necesitan un salvador, en forma de detective privado que las arranque de las garras del villano. El protagonista, enamorado perdidamente, hará todo lo posible, incluso arriesgar la vida, para detener al malvado y salvarla a ella.
¿El final? Dependerá del autor/a. Si le gustan los finales felices, el detective y la mujer acabarán juntos y serán felices para siempre. De lo contrario, ella desaparecerá sin dejar rastro, dejándole con el corazón destrozado o, peor aún, le disparará antes de largarse con el dinero del mafioso.
Si me dices ven, lo dejo todo… por un amor tóxico del pasado
La protagonista de la novela o serie se nos presenta como una mujer fuerte, que no se detiene ante nada. Si trabaja en la policía, es inspectora jefe. Si es detective privada, tiene una agencia de éxito. No se anda por las ramas, es decidida, inteligente, tiene una pareja que la quiere…
Hasta que un día, por un caso, irrumpe en su vida un nuevo compañero, asesor, abogado…, con el que tuvo una relación hace tiempo, que terminó cuando el desapareció, cortó con ella o dijo eso de «no eres tú, soy yo».
Y, como no, pone patas arriba la vida de nuestra protagonista. Ella es firme, decidida, inteligente y segura de sí misma, acostumbrada a tomar decisiones difíciles pero, no sabemos por qué, se deja enredar por la insistencia de él (rayana en el acoso) en que nunca la ha olvidado, siempre la ha querido, ha cogido el caso para volver a estar a su lado… Aprovecha cualquier momento para entrometerse en su vida, criticando a su nueva pareja y presionándola sin descanso.
Ella, en lugar de mandarle a freír espárragos, porque el tío es un tóxico de aúpa, empieza a dudar. Su relación actual se tambalea, la tensión crece y, ¡oh, sorpresa!, termina dejándolo todo por su antiguo amor.
¿Cómo termina? Hay varias opciones: él la abandona de nuevo («no eres tú, soy yo…») o ella, que se ha dado cuenta de cómo es él en realidad, le manda (¡por fin!) a la porra, pero con su vida y su carrea destrozada.
¿Cliché? La idea de que las mujeres, por muy fuertes y brillantes que seamos, perdemos el norte en cuanto reaparece un amor del pasado. Que todo lo que hemos construido –carrera, seguridad en nosotras mismas, prestigio profesional, años de esfuerzo, estabilidad emocional– se desvanece, sin darnos cuenta de la manipulación emocional.
Este tipo de tramas no solo son repetitivas, sino que perpetúan la idea de que, por muy fuertes que seamos, siempre habrá un hombre capaz de hacernos perder el rumbo.
Crimen de habitación cerrada

Termino con uno de los mejores y más clásico tropos de la novela negra y policíaca. Tuvo su origen en Los crímenes de la calle Morgue, el relato con el que Edgar Allan Poe creó el género policíaco y ha sido utilizado por autores de todas las épocas, desde Agatha Christie en El asesinato de Roger Akroyd o María Oruña en Lo que la marea esconde.
Y no es para menos, ya que estos casos no son sencillos de resolver, porque la víctima aparece en una habitación cerrada por dentro, con las ventanas cerradas también. No hay lugar por el que el asesino ha podido escapar. Entonces, ¿Cómo cometió el crimen?
Otro de los clichés o tropos que, a mi entender, y si se saben plantear y resolver bien, son intemporales y hacen que los lectores nos devanemos los sesos intentando averiguar no solo quien es el asesino, sino cómo ha podido cometer el crimen y salir dejándolo todo cerrado.
¿Cuáles son tus clichés favoritos? ¿Y los que mas detestas?